Cualquier nuevo proyecto de Giuseppe Tornatore (Bagheria, 1956) es una escusa impepinable para que aviciemos nuestros sentimientos. Después el resultado puede ser uno u otro. Bueno o malo. El cine del realizador italiano es una garantía de nostalgia, de dosis justas de romanticismo, memoria y conmoción, pero su último trabajo, La correspondencia, no es su mejor obra, a decir verdad. De hecho, ni tan siquiera está entre sus más logradas obras.

La historia de La correspondencia es original. En su presentación el espectador no le queda otra alternativa que estar intrigado. Como todo buen guión, el firmado por el propio Tornatore cumple con la máxima de atrapar al espectador… El problema es que lo deja escapar. Y esto ocurre en un momento exacto: a los sesenta minutos. Los protagonistas, unos solventes Jeremy Irons Olga Kurylenko, poco pueden hacer más a partir de la primera hora de metraje. Suele ser uno de los escasos defectos del director italiano, quien suele estirar las historias más de lo necesario. Le ocurrió con la estupenda La leyenda del pianista del océano, a la que le sobran algunos minutos, y con Baaria.

La correspondencia  también aborda varios de los temas recurrentes de Tornatore. El amor, los recuerdos y los legados emocionales sitúan al espectador en un paisaje familiar, pero el contexto en el que se sitúan los hechos, colmado de modas actuales como el whatsup ó  el e-mail, demuestran que Tornatore no se mueve a gusto, y esto se nota el el devenir del film. Lo que en un principio parece interesante torna en aburrido y lineal. Una lástima.