Hoy hablaremos de uno de esos directores, muy numerosos por desgracia, que gozaron de un breve momento de gloria pero que el destino no apostó por su consagración. Éste es el caso de Hal Asby. Ashby fue un rara avis de su generación, la celebrada Generación de de los Años Setenta, ó Nuevo Cine Norteamericano, que abanderaron ilustres nombres, como Spielberg, Coppola, De Palma, Cassavettes, Cimino, Scorsese Lucas, entre otros.

Hal Asby (Utah, 1929) comenzó su carrera como montador. Fue Norman Jewison quien confió en Ashby para montar ¡Que vienen los rusos! El calor de la noche, película esta última por la que ganó un Oscar al Mejor Montaje. Este momentáneo prestigio fue el que le valió el crédito necesario por parte de los productores para dar el salto a la dirección. Y no decepcionó. Aportó un cine personal, audaz, crítico y, por ende, interesante.

Podríamos decir que sus primeros films, siete en concreto, dieron en el clavo. Hacer un pleno de siete es casi imposible, pero Ashby lo consiguió; El caseroEl último deber (protagonizada por un estupendo Jack Nicholson), Shampoo, Esta es mi tierra, El regreso Bienvenido Mrs Chance son acreditaciones más que suficientes para justificar una carrera. En esta ocasión no nos vamos a detener a analizar cada uno de estos títulos, tan sólo decir que tanto el drama más duro (El encuentro) como la comedia (Shampoo) tienen un discurso común y único que hace que que el cine de Ashby sea, con letras mayúsculas, cine de autor, con sus luces y con sus sombras.

Harold & Maude fue su segundo largometraje como director, pero, pese al poco bagaje que tenía como realizador en 1971, Ashby ya tenía claro su discurso, lo que quería decir con su cine tenía más que ver con la condición humana que con la mera yuxtaposición de historias. Confió su cámara a relatos donde los protagonistas eran seres raros, extravagantes, pero que no dejaban de tener un halo en el que muchos de los espectadores se vieron reflejados.

Harold & Maude es un título difícil de clasificar. Puede ser una comedia, un drama con tintes de comedia negra, un melodrama e incluso una comedia romántica. Pero llega el momento de dejarnos de etiquetas de género. Se trata de un film universal. Amor y cinismo a raudales, y unos personajes inolvidables. Pocas veces nos encontraremos en la gran pantalla (bueno, ojalá se expanda la costumbre de poner películas clásicas en las salas comerciales) una persona como Maude, una anciana con un espíritu tan libre y joven como el de una adolescente. Te enamoras de ella a primera vista, y gran culpa de ello lo tiene Ruth Gordon (1896-1985), actriz norteamericana que alcanzó el culmen de su carrera con este papel. Gordon recibió el respaldo de crítica y público de la mano de Roman Polanski, quien la dirigió en La semilla del diablo y que le valió el Oscar a Mejor Actriz de Reparto en 1968, pero su encarnación de Maude es, para mí, aún mejor. La actriz nacida en Massachusetts estuvo nominada al Globo de Oro por esta interpretación, que bien hubiese merecido, al menos, optar al Oscar. Además de actriz, Gordon fue una reconocida guionista, ya que fue responsable de los textos nominados al Oscar de La costilla de Adán (1949) y La impetuosa (1952), sendos títulos dirigidos por George Cukor.

El personaje de Harold es totalmente distinto. Un chico uraño, retraído y con una tendencia suicida muy marcada. Y no se puede concebir a este chico pálido de grandes ojos turbados sin la interpretación de Bud Cort (Nueva York, 1948). A él pertenecen muchos de los mejores momentos del largometraje, todo un lienzo en blanco para hacer sketches centrados en intentos de suicidio. Su mirada, de otro mundo, se humaniza al conocer a Maude, su alma gemela, quien también disfruta de los prolegómenos de la muerte. Ambos adoran todo lo que rodea a la muerte, pero de forma muy diferente. Este contraste es lo que los atrae, y es en esta atracción donde Hasby saca todo su arsenal en pro de la emoción. Se la jugó. Y ganó.

Como casi todo genio, Hal Ashby tenía sus luces y sus sobras, como decíamos al principio, y a partir de los años ochenta su vida parecía un bosque afectado por las luces de un sol en el ocaso. Demasiadas sombras, demasiadas neuras y demasiadas drogas. Su complicada personalidad se acentuó con el paso de los años, viéndose  así afectados sus últimos films, que en la mayoría de los casos fueron, en el mejor de los casos, mediocres. Murió como muchos de su especie, enterrado en el ostracismo.

Participar en la evolución de la relación entre Harold y Maude es un lujo, un palco vip donde disfrutar de un cine extinguido, lleno de sutilezas y de brumas hoy desparecidas, también en el ostracismo.